Esta pareja de aventureros decidió un buen día de febrero de 2017, en un ataque de cordura, hacerse el mayor regalo que podían imaginar: el mundo.
Cumplir un sueño que sabía a aventura y olía a lugares lejanos.
Ese sueño les llevó a recorrer 15 países durante 20 meses por 3 continentes.
Recorrieron, sin prisas, Sri Lanka, Nepal, India, Indonesia, Singapur, Myanmar, Filipinas, Malasia, Nueva Zelanda, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia.
Para ello emplearon todo tipo de transportes de lo más variopintos (autobuses locales cochambrosos con cabras en el techo, trenes de más de 30 horas, un tuktuk propio, varias motocicletas, viviendo 2 meses en un coche, caminando largas distancias, autoestop, mototaxis, jeepneys, barcos en los que durmieron en la cubierta durante toda una noche acompañados de cerdos, caballos y gallinas, kayaks, canoas…).
Para ellos la aventura es cultura y un gran maestro. Piensan que el día que uno abandona la aventura comienza a envejecer. Comienza a morir.
Aman los trekkings y recorren las montañas de todo el mundo haciendo travesías de varios días o semanas.
Persiguen la vida simple. Las cosas sencillas pero intensas. Comida, agua, fuego, viento, aire (siempre libre), el cielo, el mar, un río… Por eso prefieren una minúscula tienda de campaña a una enorme cama de matrimonio.
Y eso se refleja en su estilo de viaje. Siempre intentan alejarse de los hoteles y acercarse a las personas y la naturaleza.
Todo esto les llevó a recorrer los Annapurnas en Nepal durante 25 días seguidos caminando. Ahí protagonizaron el rescate de una chica indonesia que se había perdido a más de 4.000 m de altitud.
Meses después descubrirían, al recibir la invitación para un boda musulmana en Indonesia, que el novio de esa chica, al pensar que la había perdido para siempre se dio cuenta de lo mucho que la quería, estalló en lágrimas al recuperarla y le pidió matrimonio ese mismo día. Les dijeron que esa boda no hubiera existido sin su ayuda.
Durante un trekking de 3 días por la selva de Chitwan, hogar del tigre de Bengala y con la única compañía de un guía armado con un palo de bambú, tuvieron que subirse corriendo a un árbol para evitar el ataque de un rinoceronte.
Convivieron con más de 40 macacos y langures que cuidaron durante un mes y medio en un centro de rescate de primates en India.
Conocieron a los “guardianes del coral” en la isla de Sumbawa y les ayudaron a trasplantar corales rotos sumergiéndose a pulmón para tratar de recuperar los arrecifes que peligran.
Recorrieron durante 2 meses en moto y precarios ferrys llenos de animales 5 islas de Indonesia hasta llegar a la isla de Sumba una de las más pobres y olvidadas por el gobierno de Jakarta.
Un lugar no muy “visitable” según los baremos turísticos con aldeas formadas por unas casas hechas de madera y paja esparcidas a lo largo y ancho de la isla que viven aún en la edad de bronce con tradiciones difíciles de imaginar.
Consiguieron dormir 2 días con ellos compartiendo cabaña aunque para ello tuvieron que aprender Bahasa indonesio para comunicarse con ellos y se plantearon comprarse un machete para defenderse de las hostilidades que encontraron.
Siguieron su viaje y recibieron la hospitalidad de los monjes budistas en monasterios de las montañas de Myanmar.
Vivieron durante 2 meses en un coche familiar durmiendo en un colchón e impregnándose de la naturaleza virgen de Nueva Zelanda y realizando varías travesías a pie, en kayak y en canoa.
Recorrieron la Ruta 40 y la Carretera Austral de la Patagonia Argentina y Chilena haciendo autoestop y disfrutando de la infinita hospitalidad de su gente.
Se embarcaron en una travesía de 12 días a pie en autosuficiencia a más de 4.000 m de altitud y con noches a temperaturas inferiores a los -10ºC por la remota cordillera peruana de Huayhuash
A medida que pasaba el viaje lo que buscaban no era añadir cosas sino el placer y la profundidad de “quitar cosas”.
Y la selva de la Alta Amazonía ecuatoriana supo dárselo.
Convivieron con una comunidad indígena Achuar aislada durante más de un mes y medio en la experiencia que fue la más pura, intensa y salvaje de su viaje.
Un mes y medio sin electricidad, agua corriente, coches, dinero, teléfonos, WiFi…
Ahí descubrieron que todas esas comodidades tienen un precio y problemas asociados que normalmente no vemos. Y liberarse de ello fue revelador. Les dio perspectiva.
Se integraron con ellos y forjaron un vínculo inquebrantable llegando a ser profesores de su escuela y musicaron con su guitarra la campaña electoral de un político pro-indígena.
Una forma de vida ancestral en la que participaron en sus ceremonias, formaron parte de su vida comunitaria (despejando sus caminos a machete por ejemplo) y comieron lo que se cazaba (mono, tapir, tortuga, larvas…) perdiendo varios kilos pero ganando grandes amigos que cambiaron su visión del mundo y de su vida para siempre.
Cuando salieron en ruta pensaban que iban a dar la vuelta al mundo pero finalmente fue el mundo que les dio la vuelta a ellos.
Ahora sienten que ese gran viaje les ha cambiado tanto… que por fin se reconocen.
Ha supuesto un vuelco tan importante en sus vidas que ya no conciben la vida sin viaje.
Casi 2 años en ruta les hizo replantearse su escala de valores y ser conscientes que querían aprovechar bien el mayor tesoro que tenemos: el tiempo. Invertirlo en algo que les haga felices y que haga felices a los demás.
Por eso ahora se dedican a mostrar el mundo a otra gente organizando viajes de aventura en grupo y asesorando a otros viajeros que quieren vivir aventuras y descubrir este mundo inabarcable a través de su proyecto “Montañeros Viajeros” (montanerosviajeros.com).
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