En este manifiesto viajero te hemos preparado toda una declaración de intenciones para explicarte que hay viajes que son mucho más que unas simples vacaciones.
Aquí tienes nuestro ADN viajero.
Hace tiempo que el viaje dejó de ser algo aislado en nuestras vidas. Algo que haces de vez en cuando para “escapar del día a día” o “encontrarte a ti mismo” para pasar a convertirse en nuestra vida.
El eje central sobre el que gira todo.
Todo comenzó cuando decidimos venderlo todo y no comprar ese traicionero billete de vuelta (que te arranca del momento cuando mejor estás) para darle la vuelta al mundo. Una decisión simple pero nada sencilla.
600 días, 16 países y 3 continentes después acabamos ese gran viaje.
Pero lo más importante no es lo que vimos ni los sellos en el pasaporte. Lo que más nos conmueve cuando pensamos en lo vivido es todo lo que aprendimos, lo mucho que crecimos.
Uno hace viajes pero lo cierto es que son esos viajes los que lo hacen a uno ser quien es, porque viajar te transforma.
Como solemos decir, en el viaje he cambiado tanto… que por fin me reconozco.
Y siendo coherentes con eso de que el viaje sea un eje central de nuestra vida, a la vuelta creamos este proyecto y nos dedicamos a que otra gente pueda vivir lo mismo que vivimos nosotros en nuestra vuelta al mundo.
Aunque sea en pequeñas dosis.
Pequeños pasos que te pueden llevar muy lejos.
Así que para no olvidar todo lo que aprendimos y que tú también puedas aprender de esa experiencia que nos cambió para siempre hemos escrito este manifiesto viajero con algunas de las lecciones más valiosas que aprendimos por el camino.
Manifiesto viajero: lo que aprendimos dando la vuelta al mundo
Lo ponemos en primer lugar porque es lo más importante para conseguir cualquier cosa que te propongas.
Igual pensarás que somos unos locos aventureros valientes sin miedo a nada. Pero no es así.
5 años nos costó tomar la decisión. ¡Media década! pasó desde que tuvimos la idea de dar la vuelta al mundo hasta que por fin dimos ese primer paso. Es siempre el más difícil.
Un viaje comienza con ese primer paso pero en realidad empieza en tu cabeza. Esa chispa que no llegará a nada si dejas que tus miedos la apaguen.
Y no fue fácil sostener una decisión así cuando mucha gente nos decía que estábamos locos, que era una irresponsabilidad irnos así de viaje, que ya éramos mayorcitos, que a la vuelta no tendríamos trabajo… Sobretodo si te lo dice gente a la que quieres.
Llegaron los “y sis”: ¿y si te roban? ¿y si te cansas? ¿y si te comen las pirañas?…
La gente proyecta en ti sus miedos. Y si no crees en ti es fácil que dejes atrás tus sueños.
Hasta que un día cogimos la sartén por el mango, le dimos la vuelta a la tortilla y nos dijimos: “¿Y si sale bien? ¿Y si soy feliz?”
SPOILER: fue así. 😉
Viajar nos enseñó, incluso desde antes de empezar a hacerlo, que lo más importante para conseguir lo que uno se propone (sea eso viajar por el mundo, escribir un libro, crear tu propio negocio o llegar a la luna) es tener fe en uno mismo. Muchas de las personas que cambiaron la historia (o que, al menos, cambiaron su historia) fueron considerados unos locos o unos soñadores.
Pero cuando tomas las riendas de tu vida…ahí la lías, y tu mundo se pone un poco del revés. Empiezas a tomar decisiones audaces y a avanzar como nunca. Y eso, aunque da un poco de miedo, es sencillamente lo mejor que te puede pasar.
La vida de la mayoría está tan vacía de aventura que cuando reciben unas semanas de libertad quieren exprimirlas al máximo. Es comprensible pero acaban siendo como prisioneros hambrientos en un buffet. En su ansia de probar todo no mastican ni saborean la comida.
Generalmente el atracón termina con indigestión.
Muchos reemplazan sus ajetreadas agendas de oficina por una nueva serie de horarios regimentados, todo milimétricamente planificado para visitar cada pequeña reseña de la guía. Sin duda es un ajetreo mucho más agradable que el de la oficina o el lugar de trabajo, pero no deja de ser una lucha constante contra el tiempo.
Con este enfoque, tu viaje se queda en una colección borrosa de monumentos y aeropuertos. Te llevas una visión superficial de muchas cosas pero un contacto profundo con ninguna. Regresas a casa con el mismo estrés con el que te fuiste.
No se trata de acumular sellos en el pasaporte, sino de saborear de verdad los lugares que visitas. Calidad por encima de cantidad. No te indigestes.
No nos conformamos con pasar por los sitios, queremos que los sitios nos traspasen a nosotros.
Por eso nos gusta dejar siempre tiempo y espacio para poder aprovechar los regalos que nos da el camino.
Ralentizando tu movimiento eres capaz de apreciar mucho mejor lo que estás haciendo.
Sé consciente del momento. Sé consciente de lo que estás viviendo.
Tendrás que llevar tu mochila o maleta por aeropuertos, estaciones, caminos polvorientos y escaleras. Lleva solo lo esencial. El resto podrás encontrarlo allá donde vayas.
Viajar ligero te da más libertad y además te enseña muchas lecciones sobre la vida.
Te das cuenta de que tu entorno y tus posesiones condicionan tu identidad. En un lugar remoto y desconocido, despojado de las posesiones, rutinas y comodidades que dan significado a tu vida en casa, ves con más claridad tu propósito interior.
Esta simplicidad temporal evita además la adaptación hedónica o “acostumbrarse a lo bueno”. Tenemos gran facilidad para convertir los lujos en necesidades.
Viajar con lo mínimo te recuerda lo qué es realmente importante, y te permite disfrutar más de lo que tienes cuando regresas a casa.
(y menos en los periódicos y la TV)
Ahí va un consejo: “habla con extraños”.
Lo sé, no es lo que te enseñaron en casa.
Pero una de las cosas que más me gusta de viajar, es el contacto humano. Poder conocer gente que nunca se hubiese cruzado en mi camino, aprender de su cultura, su mundo y su contexto, compartir aunque sea un instante. Es lo más enriquecedor de un viaje.
Sólo tenemos una vida. Pero viajar te permite vivir varias vidas.
Si le hiciera caso a los “no hables con extraños”, “no te subas al coche de un desconocido” o “no comas nada que te den de probar”, me hubiese perdido el conocer gente increíble, llegar a sitios a los que no pensaba llegar o compartir comidas con ingredientes que no sabía ni que existían.
Cada vez que tuvimos un problema, siempre hubo una mano tendida para ayudarnos.
Hemos sido beneficiarios muchas veces de una generosidad que no sabíamos si nos merecíamos. Y finalmente aprendimos que la bondad no se merece. Se recibe con gratitud, se acoge y luego se pone al servicio de los demás.
Hemos viajado por países estigmatizados como Colombia y en todos encontramos gente increíble, hicimos amigos, nos quisimos quedar.
Desde entonces cada vez que veo una noticia de un país en el que estuve, no puedo evitar leerla con otros ojos, cuestionar la superficialidad con que a veces se transmite la información y lamentar todas las cosas buenas que siempre quedan fuera de los telediarios.
(a los demás y a ti mismo )
Todos tenemos prejuicios, aunque sepamos que está mal, y salir del contexto en que nos movemos habitualmente es una buena posibilidad de ponerlos a prueba. Lo bueno es que con el tiempo las barreras se van flexibilizando y los límites se esfuman.
Es más fácil confiar en alguien cuando se parece a ti. Es más sencillo sentirse identificado.
¿Pero qué pasa cuando la mano que se extiende viene de alguien con quien normalmente no compartiríamos nada? ¿Si el que nos ofrece el techo es un clérigo hindú, un pastor birmano o una familia musulmana?
¿Y qué pasa contigo mismo?
Cuando vives en tu pueblo o ciudad, tienes una rutina bastante estricta. Todos los días te levantas a la misma hora, ves las mismas caras y escuchas los mismo temas de conversación con la misma gente, bajo las mismas reglas.
Todo eso condiciona, aunque no te des cuenta, tu comportamiento, tus palabras y tu apariencia.
Viajar te permite alejarte de todo eso y ganar perspectiva. Y de repente te das cuenta que le dabas importancia a cosas insignificantes. Y lo que parecía muy lógico en tu casa deja de serlo fuera.
Si el viaje no te cambia un poco por dentro, es que solo has ido a ver un lugar por fuera. No hay mejor sensación que la de volver de un viaje con un montón de cosas…dentro.
Cuanto más estás dispuesto a dejar de ti en un lugar…más te llevas de él.
Hemos aprendido que además de viajar por lugares, se puede viajar también a través de personas.
Y suelen ser mucho más interesantes que los lugares. He visto miles de cascadas y templos pero he olvidado el nombre de la mayoría.
Sin embargo, no he olvidado el nombre, la risa, el llanto, lo que me dijeron o me hicieron sentir muchas de las personas con las que en algún momento compartimos camino y lo más valioso que existe en este mundo: tiempo y atención.
Un hermoso paisaje puede llenarte de paz momentáneamente pero una persona puede cambiarte la vida. Para siempre.
Los lugares y paisajes portan olores, colores y sensaciones.
Pero las personas son portadoras de algo mucho más poderoso: ideas y perspectiva. Viajar te permite conectar con mucha gente, con sus ideas y “tomar prestadas” sus experiencias de vida.
Algunas te enseñan algo en el momento y otras vuelven de vez en cuando y te enseñan algo que no viste en ese momento. Es como si tuvieras un contenedor de experiencias del que tirar de vez en cuando.
Por eso tratamos de planear nuestros viajes y días en base a momentos en vez de monumentos.
Siguiendo con el punto anterior, ¿cuánto de nuestro comportamiento tiene que ver con la influencia externa de nuestra familia, nuestra cultura, nuestro entorno?
¿Qué sería de ti si en vez de nacer aquí hubieras nacido en Sri Lanka, en Bolivia o en Nueva Zelanda?
Viajar te da la oportunidad de estar frente a situaciones completamente desconocidas e, inevitablemente, de cuestionarte seriamente ciertas cosas que dabas por sentadas, incluso de tu propia identidad.
Si antes de salir había cosas que considerabas “normales” o “justas”, viajando entiendes que las realidades son tan variables como diferentes las personas, y que muchas veces los valores que defendías podían estar equivocados y tienes que adaptarte.
Salir de tu lugar habitual y ponerte en situación en otros países te hace notar que cuando cambia tu contexto también cambias tú.
Cuanto más diferente es el entorno más se pierde la noción de quién uno es realmente. Y eso es bueno. Se llama crecer.
El contacto con otras culturas te lleva a comprender la fragilidad de tus suposiciones y a poner en duda los criterios con los que has crecido.
Más allá de los cambios de opinión, viajar te enseña a mantener una actitud abierta y a mantener a raya tus prejuicios. Aprendes a intentar ponerte en el lugar del otro para comprender su punto de vista.
No. España (o tu país) no es la panacea. Y aunque sigo pensando que aquí se vive muy bien, aún tenemos mucho que aprender de otros países.
Y eso es algo que no te van a enseñar desde dentro.
(y la incomodidad)
Ten un plan general de lo que quieres hacer antes de llegar, pero ajústalo una vez en tu destino. Los mejores momentos suelen ser los que nunca planeaste. Si algo te gusta, quédate más tiempo. Si te defrauda, vete antes.
Asume que habrá imprevistos y problemas. Utilízalos para desarrollar tu capacidad de improvisación y adaptación.
¿Dónde está la gracia si todo va según el plan? Para la RAE una aventura es una empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Si no hay incertidumbre ni riesgo, no es una aventura.
La incertidumbre y incomodidad son tus guías que te sirven para saber que te estás haciendo fuerte.
Busca un poquito de incomodidad en tu vida.
Es una buena señal.
Es la señal de que te estás aventurando por caminos desconocidos, de que estás forzando a los músculos de tu espíritu a hacerse más fuertes.
No hay nada memorable en pasar una semana en un resort todo incluido con otros turistas iguales que tú, con comida similar a la de tu país de origen y con una cama igual de cómoda.
Un verdadero viaje es el que te saca de tu zona de confort. Si no estás ligeramente incómodo, no estás aprendiendo. No hay aventura si no hay cambio, si no hay incertidumbre. Son precisamente las incomodidades y los obstáculos lo que recordarás.
No olvides que eres más afortunado que la mayoría de la población de este planeta sólo por poder plantearte viajar.
Nos ha pasado tantas veces hablar con gente y decirles con la emoción “si algún día vas a España pasa por Barcelona que tienes una casa y dos buenos amigos”.
Dejamos de decirlo. La mayoría nunca podrán ir a Barcelona o a ningún otro lugar.
De hecho, habíamos visitado más lugares de su propio país que esa persona local.
Cuando te encuentras conversando con un chico Nepalí que habla de cómo le gustaría poder viajar fuera de su país, después de haberle contado tú cómo has viajado por todo el Sudeste Asiático, entiendes lo afortunado que eres.
Aunque sólo hayas viajado un fin de semana a Mallorca. Eres afortunado.
El cambio de divisas hace que un europeo pueda viajar varios meses por el Sudeste Asiático con el sueldo de un mes, mientras la mayoría de la población mundial tardaría años en ahorrar para un billete de avión que le permitiese salir del país.
Y no tienen vacaciones.
Y su pasaporte es rechazado en las fronteras.
Y nunca, nunca, lo harán.
Utiliza cada viaje como una nueva experiencia de aprendizaje. Para la mayoría, viajar es un acto pasivo de relajación. Dejan que una agencia se encargue de todo y que los transporte de un sitio a otro, con el resto de turistas occidentales. Viajan sus cuerpos, pero sus mentes se quedan en casa.
Intégrate en la nueva cultura. Interésate por su historia y sus tradiciones. Visita los mercados locales, prueba su comida, interactúa con ellos.
Pasa de ser un mero espectador a convertirte en un actor de la película que está sucediendo.
Asumimos que nuestra forma de hacer las cosas es la más lógica y universal. Al viajar entiendes que hay otras formas de ver el mundo.
Viajar te enseña también a desarrollar pensamiento crítico, a cuestionar la información que llega de los medios. Los medios buscan tu atención, y la logran a través del miedo y la exageración. Si quieres una visión real, sin filtros, debes usar tus propios ojos.
Y no olvidemos que todos tenemos nuestros propios sesgos. Mira más allá de los estereotipos.
¿Te quejas de que los guiris (turistas) vienen a España buscando flamenco y toros?
No cometas tú los mismos errores cuando visitas otros países.
Y lo que aprendes sobre ti mismo es quizá más importante que lo que aprendes sobre el mundo.
Desarrollarás habilidades de planificación, gestión de tu presupuesto, independencia, flexibilidad, negociación, improvisación…
Y lo más importante es tu actitud. Recibes lo que proyectas. El poder de una sonrisa, de la empatía, de aprender a decir gracias en su idioma…
Viajando aprendimos que tu actitud frente al camino, al fluir de los eventos y nuestra relación y entendimiento del movimiento es más importante que cualquier lista de lugares “imperdibles” para visitar o aplicación para smartphones.
Nunca se termina de aprender (¡y eso es lo mejor de todo!)
El viaje, como la vida, es un camino constante. De todo y de todos se puede aprender. Lo importante, más allá de cómo, cuánto, y a dónde se viaje, es estar predispuesto a disfrutar, a sacar lo mejor de cada situación y a dejar siempre una sonrisa.
Todos nuestros viajes, todo lo que hacemos en la vida se rige por estos principios.
Bonus: te hemos preparado una infografía que resume esto por si quieres imprimírtela o guardártela a la vista.